Breve historia del
desarrollo de la universidad en América Latina*
. “La universidad,
escribe Luis
Alberto Sánchez, no
había encarado aún su problemática esencial.
Vivía en el campo
de las ideologías de prestado y dentro de una
corriente de
mercado autoritarismo institucional y franco centralismo
cultural”. De
espaldas a la historia, se percataba de los torrentes
que ahora pasaban
debajo de sus balcones señoriales y que
pronto se
arremolinarían contra ella. Había sobrevenido en las universidades
una verdadera
crisis de cultura, nos refiere Alejandro
Kom, provocada por
la persistencia de lo pretérito. La corruptela
académica, el
predominio de las mediocridades, la rutina y la modorra
en los hábitos
académicos, la orientación puramente profesional
y utilitaria, el
olvido de la misión educadora y la entronización
de un autoritarismo
de la peor especie.
En “degeneración
criolla” devino, precisamente, el esquema francés
que la República
adoptó para transformar la academia colonial,
sin haber logrado
superar ni el contenido ni la forma de la enseñanza,
que, en buena
parte, siguió siendo “colonial fuera de la colonia”.
Organizada sobre la
base de escuelas profesionales separadas, negación
misma de la
Universidad, con una estructura académica erigida
sobre la cátedra
unipersonal vitalicia, dominada por los sectores
oligárquicos de la
sociedad, la Universidad carecía totalmente de
proyección social,
encerrada tras altivas paredes de pedantería que
la divorciaban del
pueblo.
El movimiento
originado en Córdoba logró muy pronto
propagarse a lo
largo y lo ancho de América Latina, demostrando
con esto que
constituía una respuesta a necesidades y circunstancias
similares,
experimentadas en toda la región. En este sentido, evidentemente
se trata de un
movimiento latinoamericano surgido en la
Argentina al darse
allí una serie de factores que precipitaron su irrupción.
No es, pues, una
proyección latinoamericana de un fenómeno
argentino. Por eso,
la republicación del Manifiesto desencadenó una
serie de reclamos y
acciones estudiantiles en casi todos los países,
que pusieron el
problema universitario en el primer plano de las preocupaciones
nacionales.
En cuanto a su
extensión en el tiempo, aun cuando opinamos
que la reforma de
las universidades latinoamericanas es un proceso
continuo que llega
hasta nuestros días, el movimiento reformista,
con las
características que Córdoba le imprimió, se ubica entre las
dos Guerras
Mundiales, con todo y que sus postulados no lograron
su incorporación a
los textos legales, en algunos países del área, sino
hasta después de
1945.
El primer país
donde repercutió el afán reformista fue en el Perú,
donde desde la
fundación del Centro Universitario de Lima, en 1907,
las inquietudes
estudiantiles estaban a la orden del día. Dirigía el
reclamo estudiantil
el Presidente de la Federación de Estudiantes,
Víctor Raúl Haya de
la Torre. En 1919, los estudiantes de San Marcos
acogen el ideario
de la Reforma de Córdoba. Al año siguiente, el
primer Congreso
Nacional de Estudiantes, reunido en Cuzco, adopta
una resolución de
gran trascendencia para el movimiento: la creación
de las
“Universidades populares González Prada”, uno de los
mejores aportes del
reformismo peruano. En esto centros confraternizaron
obreros,
estudiantes e intelectuales, ampliándose así el radio
de influencia de la
reforma. El movimiento encontró también
aquí su más
caracterizada concreción política en la fundación por
Haya de la Torre,
de la “Alianza Popular Revolucionaria Americana”,
el APRA, que por
algunas décadas representó la vanguardia del
pensamiento
político latinoamericano y de la postura antiimperialista.
De ahí que el
reformismo peruano aparezca como el más
politizado.
Guiándonos por las
enumeraciones que de los postulados
reformistas han
ensayado ya otros actores, podemos enlistarlos de la
manera siguiente:
1. Autonomía
universitaria –en sus aspectos político, docente, administrativo
y económico – y
autarquía financiera.
2. Elección de los
cuerpos directivos y de las autoridades de la
Universidad por la
propia comunidad universitaria y participación
de sus elementos
constitutivos, profesores, estudiantes
y graduados, en la
composición de sus organismos de gobierno.
3. Concursos de
oposición para la selección del profesorado y periodicidad
de las cátedras.
4. Docencia libre.
5. Asistencia
libre.
6. Gratuidad de la
enseñanza.
7. Reorganización
académica, creación de nuevas escuelas y modernización
de los métodos de
enseñanza. Docencia activa. Mejoramiento
de la formación
cultural de los profesionales.
8. Asistencia
social a los estudiantes. Democratización del ingreso
a la universidad.
9. Vinculación con
el sistema educativo nacional.
10. Extensión
universitaria. Fortalecimiento de la función social
de la Universidad.
Proyección al pueblo de la cultura universitaria
y preocupación por
los problemas nacionales.
11. Unidad
latinoamericana, lucha contra las dictaduras y el imperialismo.
La Reforma de
Córdoba representa, hasta nuestros días a la iniciativa
que más ha
contribuido a dar un perfil particular a la Universidad
latinoamericana.
Nacida de la “entraña misma de América” como
se ha dicho, tiene
a su favor una aspiración de originalidad y de independencia
intelectual no
siempre lograda. Producto de circunstancias
históricas y
sociales muy claras, no consiguió la transformación
de la Universidad
en el grado que las mismas exigían, pero dio
algunos pasos
positivos en tal sentido. Su acción, en cuanto al ámbito
universitario, se
centró más que todo en el aspecto de lo que podríamos
llamar la
organización jurídica o formal de la Universidad
(autonomía y
cogobierno) y menos en lo referente a la estructura
propiamente
académica de la misma, que prácticamente continuó
obedeciendo al
patrón napoleónico de facultades profesionales separadas.
“La Universidad,
dice acertadamente Germán Arciniegas,
después de 1918, no
fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que
había venido
siendo; 1918 fue un paso inicial, la condición previa
para que se
cumpliera el destino de la Universidad en América como
Universidad”.
La democratización
de la Universidad, gracias principalmente a
la autonomía y al
cogobierno, representa, en opinión de Augusto
Salazar Bondy, el
logro neto de la Reforma.
Para concluir este
intento de corte de caja del Movimiento Reformista,
vamos a reproducir
el juicio que sobre el mismo han externado
algunos estudiosos
de la Universidad latinoamericana. Darcy Riveiro,
en forma
esquemática considera que las innovaciones más importantes
de Córdoba son:
a)
“La erradicación de la Teología y la introducción, en lugar de
ésta, de
directrices positivistas.
b)
La ampliación y diversificación de las modalidades de formación
profesional a
través de la creación de nuevas escuelas profesionales.
c)
El intento de institucionalizar el cogobierno de la universidad
por sus profesores
y estudiantes.
d)
La implantación, más verbal que real, de la autonomía de la
universidad
referente al Estado.
e)
La reglamentación del sistema de concursos para el ingreso a la
carrera docente
que, sin embargo, jamás eliminó el nepotismo
catedrático.
f )
Y, por último, algunas conquistas en el campo de la libertad
docente, de la
modernización de los sistemas de exámenes y de
la democratización,
a través de la gratuidad de la enseñanza
superior pública”.
Pese todas las
críticas que pueden endilgarse al Movimiento Reformista,
muchas de ellas
válidas, y sabido que fue la manifestación del
ascenso de las
clases medias, cuyo interés por acceder a la universidad
los llevó a
reformarla, creemos que, en una perspectiva histórica,
Córdoba representa
el punto de partida del proceso de reforma
en marcha de la
Universidad latinoamericana, concebido como un
fenómeno continuo (universitas
semper reformada) y destinado a estructurar
un esquema
universitario original y adecuado a las necesidades
reales de nuestro
continente y al proceso de socialización que
inevitablemente
transformará sus actuales estructuras. En este sentido,
la Reforma
Universitaria no es una meta sino una larga marcha
apenas iniciada en
1918, que con sus altibajos, retrocesos y desvíos,
va de la mano de la
transformación revolucionaria, nacionalista y
liberadora, que
América Latina tanto necesita. Bien dice Luis Alberto
Sánchez: “La
lección de 1918 subsiste, porque no está colmada.
Porque aún quedan
caminos que andar en tal sentido. Porque al cabo
de tantos años,
América sigue aferrada al feudalismo, al entreguismo,
al empirismo
egoísta, a la imitación servil, al divorcio entre la inteligencia
y el pueblo y entre
la inteligencia y la universidad”. “No se
llega; se marcha”,
decía la Federación Universitaria Platense allá por
los años 20, en
pleno fervor reformista. Y en marcha se encuentra la
Reforma
Universitaria en nuestro continente, aunque ahora su propósito
y contenido sea
distinto, pues a nadie se le ocurriría meterse a
reformador
enarbolando banderas de hace más de medio siglo. Pero
Córdoba fue el
primer paso. Un paso dado con pie firme y hacia adelante.
Con él se inició,
por cierto, un movimiento original sin precedentes
en el mundo,
encaminado a democratizar las universidades.
Ecos de ese
movimiento resonaron en Europa y aun el los Estados
Unidos en los años
setenta. Y es que el Grito de Córdoba no se ha
extinguido. Vuelve
a instalarse en las gargantas juveniles ahí donde
las circunstancias
exigen su presencia. Está aún en el aire, como dice
Risieri Frondizi
“Cabe llenar hoy de contenido el grito juvenil de indignación:
y por la reforma al
día”. Pero el imperativo de la reforma es
hoy distinto. De lo
que se trata ahora es de hacer arraigar la ciencia
entre nosotros, de
socializar la Universidad y volcarla a la nación
entera, de formar a
los universitarios al más alto nivel posible, más
con una conciencia
social y crítica capaz de captar las causas de nues141
tro subdesarrollo y
dependencia; de lograr la mayor eficacia en los
servicios
universitarios, a fin de que la Universidad esté en las mejores
condiciones de dar
el gran aporte que de ella esperan los pueblos
latinoamericanos
para alcanzar su verdadera independencia y realizar
su destino histórico.